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EL TIEMPO.

Otavalo, 2012.

 

Iba, rápidamente caminando en el alba del estío, casi sin fijarme en los colores rosáceos que subían, como estelas, desgarrando el manto de la noche. Comenzaban a escucharse los cantos del amanecer titilante. Los pájaros despertaban.

Prácticamente volaba para no atrasarme a la salida del autobús que me llevaría a la capital. El avión, con destino a las islas encantadas, saldría 4 horas después. Podría decirse que iba con tiempo pero nunca se sabe, Ya me había pasado anteriormente que,  aun cuando llevara tiempo de sobra,  éste se comprimía en los entretelones del devenir y desaparecía antes de que pudiera cumplir con los objetivos que me había planteado o se estiraba dejándome sin saber cómo llenarlo.

¿Qué es el tiempo? ¿La cuarta dimensión que se le agrega al espacio tridimensional o una especie de gelatinosa noción que se expande o comprime según sea hermoso u horrible nuestro devenir? Bien decía Einstein (él lo sabía a ciencia cierta) que el tiempo se hace lento cuando estamos sentados sobre ascuas y vuela cuando nos miramos en las pupilas de la persona amada. En fin que es relativo y subjetivo y… y no existe, díganmelo a mí que soy una cronopio, como diría Cortazar.

Mientras franqueaba al apuro la esquina de la Bolívar y Quito dirigiéndome a la estación,   me roció literalmente una luz de iridiscencia dorada y tintes turquesa. Era muy intensa y se movía como en círculos alrededor, alucinándome. Como una flor de loto surgiendo del lodo, magnífica, portando simultáneos la semilla y el fruto, así emergió esa flor metálica en cuyos pétalos se bamboleaban las diosas, metiditas dentro de su umbral, como protegiéndose del hostil mundo al que habían arribado.

Cada una de ellas, tomándose su tiempo, me habló. Primero, dadivosa me participó su Dharma, Samsara o Vida, luego vinieron 3 Jhanas, de inmediato Samadhi, después Satori y finalmente Buda, dejándome sendos mensajes inolvidables que se imprimieron en mi cerebro para nunca desaparecer, si ¡ inolvidables!.

Tuve la posibilidad de hablar, larga y cálidamente, con cada diosa he incluso hube de trascender varias veces hasta casi llegar a la iluminación que, finalmente, se me escapó dejándome nada más en el nirvana.

Así como surgieron, como metáforas en un día de primavera, desaparecieron dejando un intenso perfume a rosas.

Antes de continuar con mi afán de llegar a la estación pude fijarme que llevaba dos minutos de tiempo ¿perdido, ganado…

NURIA RENGIFO.

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